Te diriges a finalizar una tarea pero antes prefieres ir a descansar un momento para “recuperar energía”. Finalmente te levantas, pero le das prioridad a revisar tu correo y ya de paso dar un paseo por tus páginas favoritas de Internet. Bueno, ahora debes avanzar con tus pendientes… pero decides que es mejor despejarse un poco antes con uno de los capítulos de esa serie que tanto te gusta. Una vez que termina, piensas “quizá ver otro capítulo sea lo mejor”. Seguramente se ha hecho un poco tarde y el estómago ya está dando aviso: será mejor cenar algo y relajarse. En fin… mañana será otro día y esa tarea puede esperar. ¿Te suena familiar?
Procrastinar es la acción de aplazar una tarea que tienes pendiente. Suele asociarse a los estudiantes, y con razón, ya que diversos estudios concluyen que el 90% de ellos procrastinan en mayor o menor medida, mientras que el 25% lo hace de forma crónica. Pero no nos engañemos, no es una práctica exclusiva de los jóvenes ni mucho menos. Cualquier acción que dejemos sin hacer por pereza o por priorizar otros asuntos que nos van a proporcionar más satisfacción es procrastinar. Atrasar una reunión que no nos apetece, postergar esa visita al dentista, buscar una excusa para no salir a correr o simplemente no lavar los platos a tiempo es procrastinar. Estos ejemplos no parecen muy graves, de hecho, no lo son, pero como todo en la vida si se convierte en una constante, puedes llegar a convertirte en una persona muy perezosa, de esas con las que no se puede contar para nada medianamente serio.
Uno de los grandes expertos en este asunto es el prestigioso psicoterapeuta cognitivo Albert Ellis, quien inventó el llamado modelo ABC. La A representa el evento activante, es decir, la tarea que nos han encomendado o aquella que tenemos que hacer. La B son las interpretaciones o creencias que generamos en relación a este evento (no sirvo para esto, que aburrido), mientras que la C son las consecuencias (distraerse, generar ansiedad). Lo importante de este estudio es que clarifica que la tarea pendiente no es consecuencia directa de nuestra postura ante ella, sino que son las creencias que generamos de forma irracional las que nos condicionan para mal. O lo que es lo mismo, somos nosotros los únicos causantes de estas alteraciones, los responsables directos de lo que pensamos, sentimos y hacemos, somos responsables únicos de lo que dejamos de hacer. Por ello es importante comenzar a pensar de forma racional sobre nuestros hechos para comenzar a mitigar esa desidia que generamos y que, además, es adictiva.
Tendemos a buscar un momento de inspiración, un instante en el que nos sintamos con más ganas para abordar nuestros cometidos, pero lo cierto es que es un error, porque una de las claves es simplemente empezar a hacerlo. Sí, tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo, por mucha pereza o rabia que nos dé.
Trata de generar esa rutina de acción rápida, de guerra relámpago en tu vida. Ponte esas zapatillas de correr y comienza a hacerlo antes que tus pensamientos irracionales te venzan, levántate del sofá y lava esos platos, siéntate frente a la computadora y haz tus trabajos, convoca esa reunión que tanta flojera te da… porque el camino se hace andando y para andar hay que empezar a dar un paso.
Y créeme que cuando termines prontamente tus obligaciones y aún tengas tiempo para relajarte un rato, te sentirás realmente satisfecho.
Suerte!
Giulliana Cañola Ramirez
Psicóloga y Coach